Este lunes 13 de enero no es una fecha
más. Al menos para un puñado de entusiastas (y sentimentales, como no podía ser
de otra manera) hinchas de San Lorenzo de Almagro. En el juego cruel de las
distancias y el desarraigo, el alma de los expatriados (por el motivo que sea)
enfoca una y otra vez a sus raíces. Incluso hasta para quienes intentan no
hacerlo o no lo pretenden… Aún cuando los motivos sean absolutamente voluntarios,
vivir lejos de casa arrebata parte de nuestra esencia. Y en ese abismo de
sensaciones agridulces, allí está el grupo de sanlorencistas, librando una
batalla épica y silenciosa contra el olvido.
Un día como hoy, hace ya siete años, seis
tipos -que casi ni se conocían- se reunieron a una mesa para comenzar a
rubricar una historia, para darle forma a un sueño que pretendía combatir las
latitudes y los vientos extraños en tierras adoptivas, remontando hacia las
brisas de su pedazo de barrio en la infancia. Así fundaron la peña oficial de
San Lorenzo en Madrid. La llamaron “Osvaldo Soriano”, el nombre más idóneo y exacto
que podrían haber escogido, para rendir tributo a una figura magistral,
melancólica y hechizada de cuentos… esa que recorrió alguna vez el mismo camino
que ellos… Con senderos de ida y vuelta, de vuelta permanente hacia su pasión
futbolera.
Soriano es el exilio arropado por sus
textos, es el estruendo de tribunas que sólo habitaban en su memoria cuando vivía
lejos de su lugar en el mundo… es la incertidumbre angustiosa por fantasear con
el resultado de un partido, el vaivén imaginario de una gambeta, cuando ni
asomaban las nuevas tecnologías para verlo en vivo y en directo… y había que hacer
un llamado intrépido desde un teléfono público al otro lado de la Tierra para
saber cómo había terminado San Lorenzo.
Ese espíritu permanece inalterable en la
peña OS. En todo este tiempo se ha ensanchado de integrantes: algunos muchos
han llegado y otros menos se han ido, por diversos motivos… Ha crecido y se ha
fortalecido. Ha mutado de casa en casa como el espejo fiel del peregrinar de su
club en algún tramo de su historia. Pero su mesa es la misma de siempre, la del
instante fundacional… la de la esencia que se repite desde aquel 2007 a hoy. O,
probablemente, desde mucho antes de aquel encuentro, cuando un escritor y
periodista bohemio y trasnochado, endiablado y encantadoramente perverso,
amante del fútbol e impiadoso para estrujarte el corazón con sus historias de
piratas, fantasmas y soñadores dejara colocada la primera piedra en Europa para
que quienes llegaran unos cuantos años después hicieran realidad su sueño.
Y vaya si lo consiguieron… Allí están los
ejecutores de este golpe perfecto y letal contra el olvido. Aquí estamos
quienes nos fuimos sumando después tras su estela y su huella… Quien esto
escribe ha sido uno de los últimos en llegar… pero se sorprende y emociona por haber
descubierto una verdadera familia en el lugar menos pensado, en el momento que
no lo imaginabas. Y siguen arribando miembros de la peña, hijos que trajeron un
título bajo el brazo… y se sigue hablando de gente de que pasó por sus noches de
sufrimiento y locura, de éxtasis y abrazos… de llantos y reencuentros.
Porque la peña, más que nada, es un
reencuentro permanente. No importa la hora y el tiempo, las condiciones
meteorológicas o con quién vaya esta noche… Se trata de llegar, simplemente, a
un espacio que sólo puede ser ocupado por quienes comparten esta pasión
inexplicable e inigualable. Cuando yo voy llegando hasta su puerta, siempre me
ocurre lo mismo. A excepción lógicamente de nuestro hogar familiar, no existe
un lugar desde este lado del océano donde no encuentre más sentido de
pertenencia que allí.
Y eso que conozco a estos “locos
grandecitos” (con perdón de Serrat) desde hace apenas unos pocos meses. Locos, sigan
jodiendo con la pelota, Locos, eso sí se grita, eso sí se canta, eso sí se
llora. Nunca cambien en sus reuniones, por favor. A mí, más que hablar de un
tiro libre o de compartir una jugada, ustedes me hacen transportar a mi
esencia. Me llevan de manera irrefrenable hacia la portátil de mi habitación,
cuando despertaba de pibe mi amor por esta camiseta. Los veo y me veo, y qué me
importa todo lo demás, la puta diferencia horaria y quién trasmite el partido… Me
traen olores de barrio, caminatas bajo la lluvia hacia la cancha, me regalan la
entrañable pena inmensa de ya no poder traer nunca a mi viejo para que los
conozca a todos.
Pero 12.000 kilómetros no es nada, como
dice ese estandarte que suele colgarse en la peña los días de los partidos.
Pero el cielo no es nada, viejo… si nos estás disfrutando desde alguna nube,
como todos los seres queridos de este grupo a quienes nunca podremos traer
hasta una casa de familia, hasta La Porteña, hasta La Gloriosa, hasta Boedo Bar,
la última estación (por ahora) de este fantástico trayecto.
Feliz cumpleaños y salud eterna para la
peña Osvaldo Soriano de Madrid… Que siga su tango de fondo, las discusiones
eternas sobre si amateurismo o profesionalismo, que la familia se agrande cada
vez más, como muestra la tendencia. Que no pare nunca esa reunión en el chat,
insoportable en el tintineo de mensajes, pero adictiva y conmovedora porque
sabés que siempre hay alguien del otro lado, que combate tu soledad y comparte tu misma mirada, ajada por las postales
desde la óptica del destierro, pero nítida y auténtica como las mismas que
desfilan en este preciso momento por San Juan y Boedo.
Y por muchos años más… por el asado que siempre
está por llegar… por haber encontrado tipos que ni sé de dónde vienen, qué era
de sus vidas antes de estrecharles un abrazo, o hacia dónde van… qué carajo me importa…
si son de San Lorenzo… el que oficia un nuevo milagro permanente: pareciera que
los conocés desde hace mil años, que sean vecinos de tribuna desde que
empezaste a ir al fútbol, amigos del colegio o noctámbulos empedernidos por los
bares de tu adolescencia. Por todo esto y mucho más… para mí y para todos este
no es un aniversario más…
Diego.
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